Una vez vivido y “tragado” el desastre de la flota en
Aboukir, Bonaparte empieza a reorganizar el país.
Durante toda su estancia en Egipto, intenta ganarse la
simpatía del pueblo mediante diversos actos; dicen que incluso llegó a vestirse
de árabe.
Uno de los acontecimientos por excelencia para cualquier
cairota, es el desbordamiento del Nilo. Con éste fin, el 18 de agosto y en hora
muy temprana, Bonaparte llama a los miembros del Diván y demás funcionarios,
pregonando que ha llegado el momento de preparar la fiesta.
La ciudad se engalana para la ocasión tanto en calles, como
en los barcos anclados en puerto.
Bonaparte junto con su Estado Mayor y los cheiques, se
dirige a la embocadura del canal. Uno de éstos cheiques hace saber que la
inundación es de 25 pies de altura (7,62 metros). La noticia excita la alegría de
los ciudadanos. El general en jefe da la señal para que la estatua sagrada sea
lanzada al río ante el estruendo de las bandas militares y salvas de la
artillería francesa. Se rompe el dique, dando lugar a uno de los concursos más
esperados; el primer batelero que penetre en el canal, recibirá una recompensa
muy codiciada.
Por la noche, la ciudad de El Cairo se ilumina y sus gentes
cantan himnos de gratitud por la buenísima inundación del Nilo. Los cheiques
dicen, “es el Nilo más hermoso que ha habido desde hace un siglo”.
Grabado a partir de
un dibujo de Grenier de finales del XIX que representa el hecho histórico
vivido con la ruptura del dique del Nilo.
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